EE.UU.: Los miedos al comercio no son justificados
Por Daniel J. Ikenson [1]
Detrás de la humareda política hay una realidad mucho más color rosa de la cual usted ha escuchado muy poco.
En la ruta de campaña y en el capitolio, los políticos están prometiendo salvar a la industria de manufacturas estadounidense de las gigantescas olas del comercio internacional.
“Si no tenemos una base de manufacturas en nuestra economía, no pasará mucho tiempo antes de que no tengamos una economía fuerte”, asevera la candidata presidencial y senadora, Hillary Rodham Clinton (Demócrata de Nueva York). Los congresistas Demócratas han estado promoviendo una nueva agenda de política comercial que “defenderá los trabajadores, agricultores y negocios estadounidenses, especialmente en el muy golpeado sector estadounidense de manufacturas [énfasis añadido]".
Cuando el Congreso vuelva de vacaciones, se espera que los líderes de los comités comiencen a definir algunas de las casi dos docenas de piezas de legislación relacionadas al comercio. Muchas de estas leyes son hostiles hacia nuestros socios comerciales o simplemente proteccionistas, inspiradas en gran parte por el mito del declive de la industria de manufacturas estadounidense.
Pero la industria de manufacturas estadounidense no está en declive; está saliendo adelante. De acuerdo a los estándares históricos y aquellos relativos a los sectores de manufacturas de otros países, las manufacturas estadounidenses van de viento en popa. En 2006, el sector logró una producción record, ventas record, ganancias record y retornos por sobre la inversión record.
Tampoco fue el 2006 una aberración. Desde el punto bajo de la recesión de manufacturas en 2002, todos esos indicadores han estado apuntando hacia arriba. A principios de agosto, la Reserva Federal publicó su reporte mensual sobre la producción industrial, el cual afirmó que la producción de la industria de manufacturas de EE.UU. ha continuado aumentando hasta el 2007.
Contrario a lo que uno supone que derivaría del deshonesto discurso político, las fábricas estadounidenses siguen siendo las más prolíficas del mundo, constituyendo más del 20 por ciento del valor agregado manufacturado del mundo. En comparación, las fábricas chinas constituyen cerca del 8 por ciento. Por lo tanto, por cada dólar de producto hecho en China, las fábricas estadounidenses producen $2,50 de producto.
Y no solamente está saliendo adelante la industria de manufacturas. Está saliendo adelante gracias al comercio internacional. Las exportaciones e importaciones de manufacturas alcanzaron niveles record en el 2006.
A lo largo de los últimos años, la economía mundial ha estado creciendo a un paso más acelerado que la economía estadounidense. Los productores domésticos se han valido de los beneficios de ese crecimiento mediante mayores ganancias por ventas en el extranjero y mediante costos por unidad de producción menores —el resultado de las tandas de producción más grandes que han sido posibles gracias a la creciente demanda extranjera.
Mientras tanto, el acceso mejorado a los materiales primarios importados, a los componentes, a otros insumos de producción, al capital levantado mediante emisiones de acciones y bonos ha ayudado a restringir los costos de producción en general, mientras que la creciente demanda global ha aumentado el precio de las ‘commodities’ industriales.
Mientras que los políticos equivocados (o ingenuos) se descargan con el creciente déficit comercial, ellos no comprenden (o reconocen) que los productores estadounidenses son los principales importadores de EE.UU. En el 2006, 55 por ciento de todos los productos importados a EE.UU. eran productos industriales o componentes, aquellas compras realizadas no por los consumidores, pero por los productores.
Esa estadística respalda la fuerte correlación entre las importaciones de manufacturas y la producción de manufacturas estadounidense, la cual ha sido observada por décadas. Las importaciones y la producción aumentan y caen en conjunto. Por lo tanto, los políticos que buscan restringir las importaciones están de hecho proponiendo una recesión de la industria de manufacturas. Si su punto de vista mercantilista prevalece, y las importaciones se reducen, los anuncios de equipos en fábricas sin operar no se harán esperar.
Aquellos que hablan de la de-industrialización de EE.UU. muchas veces citan la reducción del empleo en manufacturas. Recientemente, el senador Carl Leven (Demócrata de Michigan) se quejó de que “el gobierno de Bush no ha levantado un solo dedo para respaldar a la industria de manufacturas en EE.UU. mientras que hemos perdido 3 millones de trabajos en esa industria durante dicho gobierno”.
Mientras que es verdad que el número de trabajadores empleados en el sector de manufacturas de EE.UU. se redujo por alrededor de 2,8 millones entre 2000 y 2003, el hecho es que la reducción de empleo en el sector regresó a su mucho más modesto paso de declive después de 2003. Desde ese año el sector ha perdido alrededor de 300.000 empleos.
Pero menos empleo en un sector que está generando una producción record es difícilmente evidencia creíble de un problema. De hecho, los dos indicadores observados conjuntamente son evidencia de una productividad laboral en alza, la cual es la fuente de aumentos a largo plazo en la calidad de vida. Con la tasa de desempleo nacional en 4,5 por ciento, 1,8 millones trabajos nuevos netos son creados en promedio cada año desde 1980, las fábricas estadounidenses están generando ganancias record, ¿qué es tan preocupante acerca de la perdida de trabajos en la industria de manufacturas?
La amenaza mucho más importante para las manufacturas es la tendencia de los políticos metiches que quieren arreglar lo que no está dañado. Difundir mitos acerca de la precariedad de la industria de manufacturas estadounidense y culpar a la política comercial puede que rinda puntos políticos con los sindicatos. Pero si el Congreso aprueba legislación que compromete el acceso de los productores estadounidenses a los mercados internacionales, habrán problemas que resolver.
Este artículo fue publicado originalmente en el Chicago Tribune el 28 de agosto de 2007.