Perú: El fin del mundo

Alfredo Bullard afirma que "Nadie niega que ciertos alimentos, consumidos en exceso, puedan ser dañinos. La responsabilidad individual, la información y la educación son las formas de enfrentar el problema".

Por Alfredo Bullard

Nos apasiona. Escuchamos “fin del mundo” y paramos la oreja. Internet está plagado de predicciones sobre el fin de los tiempos. Algunas son religiosas, otras son esotéricas y varias pretenden ser científicas. Todas tienen algo en común: ninguna se ha cumplido.

Una de las profecías más famosas fue la de Thomas Malthus. Predijo en el siglo XIX que, dado que la población crecía y se multiplicaba en progresión geométrica, mientras la capacidad de aumentar la producción de alimentos crecería en progresión aritmética, llegaríamos a la hambruna total y a la ruina de la humanidad: las bocas aumentaban más que la comida para alimentarlas. Malthus escribió así lo que podría ser el libreto de una película taquillera: “La noche de los hambrientos vivientes”.

Malthus se equivocó porque olvidó que el ser humano tiene la capacidad de crear y resolver problemas. La tecnología aumentó la productividad y la producción de alimentos creció más rápido que la población. Hoy estamos mejor alimentados que en el siglo XIX.

Hace unos días participé en una conferencia organizada por el Congreso de la República de Perú para promover su proyecto de ley contra la comida chatarra. Varios expositores, convenientemente elegidos, predijeron que la alimentación actual nos conducirá al desastre. Ya no será una guerra nuclear o un virus asesino. Ahora seremos destruidos por las hamburguesas, las gaseosas, los chocolates y los caramelos. La obesidad, las grasas y los azúcares serían la causa del Apocalipsis.

El más aparatoso, un mexicano llamado Alejandro Calvillo, profetizó que la expectativa de vida de nuestros hijos sería menor que la de sus padres. Lo cierto es que no hay cifra que sustente esa afirmación. Todos los índices reflejan que la expectativa de vida se ha más que duplicado en 200 años y la tendencia la incrementa a ritmo acelerado. La misma tecnología que dejó en ridículo a Malthus deja en ridículo a quienes predicen que viviremos menos.

El panorama de la profecía era aterrador. Un grupo de empresas capitalistas, hambrientas de dinero, hipnotiza con publicidad y muñequitos a las personas, y en particular a los niños, para que consuman alimentos virtualmente envenenados. El azúcar es una moderna nicotina adictiva. Los monstruos de la película: personajes como Ronald McDonald y el Tigre Tony de los Corn Flakes azucarados. Suerte que no conocía los productos locales porque hubiera incluido en la pandilla al sol de D’Onofrio y el pato del Cua Cua.

Mientras esos monstruos condenaban al futuro de la humanidad al desastre, los padres, seres irresponsables, estábamos pintados en la pared viendo cómo nuestros hijos eran destruidos por este plan criminal de escala mundial. Como en la ciencia ficción, millones de dólares eran invertidos en convertirnos en autómatas sin voluntad, orientados a consumir grasas, azúcares y sodios, combatir a un enemigo tan poderoso. Las empresas son como KAOS, la organización archicriminal combatida por el Súper Agente 86. La película: “La noche de los obesos vivientes”.

Invocan entonces la intervención superprotectora de un Estado, que aparecerá con su disfraz de héroe, a vengar la ignominia, eliminando esa comida de los colegios, prohibiendo la hipnótica publicidad y erradicando de la faz de la tierra a personajes tan indeseables como Ronald McDonald, el Tigre Tony y el pato del Cua Cua.

Nadie niega que ciertos alimentos, consumidos en exceso, puedan ser dañinos. La responsabilidad individual, la información y la educación son las formas de enfrentar el problema. Anunciar el fin del mundo es una estrategia bastante vieja, torpe y engañosa, que explota nuestros miedos más profundos e irracionales. En eso Nostradamus y los mayas han sido bastante más originales.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 30 de junio de 2012.