El papel de la política fiscal
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
Un conocido economista español, José Luis Feito, acaba de acaba de publicar una excelente monografía titulada La Política Anticíclica Española Dentro del Euro. Con independencia del rigor y de la profundidad de las cuestiones tratadas por su autor, el texto pone de relieve uno de los debates clásicos de la teoría macroeconómica: la efectividad de la política fiscal como instrumento anticíclico. De manera muy simplificada, una estrategia fiscal expansiva sería una terapia adecuada para salir de una recesión y una restrictiva lo sería para eliminar los desequilibrios generados por un exceso de demanda. En las décadas posteriores a la salida a la luz de la Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero de Lord Keynes, esta posición gozó de una aceptación mayoritaria en la teoría y en la práctica, experimentó un agudo declive en los últimos treinta años y ahora ha resucitado al amparo de los trabajos realizados por un grupo de economistas autocalificados como neokeynesianos.
Feito no es un viejo ni un nuevo keynesiano, sino un liberal ortodoxo y uno de los mejores economistas de su generación. Su defensa de una política fiscal más restrictiva para España se sustenta en el modelo Mundell-Fleming aplicado en el contexto de un tipo de cambio fijo como el existente en este país desde su ingreso en la UEM. Después de desmantelar algunas falsas verdades populares-la eficacia anti inflacionaria de las liberalizaciones-analiza con brillantez las causas del diferencial de inflación de la economía española con el resto de la Eurozona y llega a la conclusión de que su eliminación pasa por un endurecimiento de la estrategia fiscal del gobierno. De lo contrario, la brecha inflacionaria no se estrechará y el crecimiento económico terminará por verse estrangulado. El punto más polémico de su papel es la idea de que una contracción presupuestaria más intensa permitiría recortar la demanda agregada y la inflación de manera permanente, lo que sugiere algunos comentarios.
Si el objetivo es reducir la demanda agregada, una actuación fiscal más restrictiva quizá no lo consiga. Por el contrario, una acción de esa naturaleza puede tener consecuencias expansivas por sus efectos sobre la riqueza y sobre las expectativas acerca de los impuestos futuros. Una contracción presupuestaria reduce los tipos de interés a largo plazo e incrementa el valor de mercado de las acciones, de los bonos y de los inmuebles, lo que estimula el consumo y la inversión. Al mismo, en el escenario de un presupuesto equilibrado, un recorte adicional del gasto público tendría efectos expansivos si los hogares y las empresas le interpretan como una disminución de sus obligaciones fiscales futuras. En este caso, su riqueza neta presente crecerá y el gasto privado se verá estimulado. Con todos los matices que se quiera, el comportamiento de la economía española durante estos últimos años responde bastante a este enfoque. Ahora bien, si se acepta que los impactos fiscales son absorbidos mediante ajustes de precios y salarios, también debe aceptarse que esos ajustes son cambios de nivel de una sola vez, distribuidos a lo largo del tiempo, y no cambios en una inflación sostenida. En suma, la política fiscal unas veces produce los resultados predichos por los modelos keynesianos y otras, la mayoría, no. Japón es un caso de libro de esta afirmación. Una expansión fiscal hiperagresiva no ha logrado sacar al país de la depresión. Por tanto, la cautela se impone.
La rehabilitación de la política fiscal como arma anticíclica abre el portillo a la discrecionalidad, al ajuste fino. Si se considera eficaz una restricción fiscal para eliminar los desequilibrios provocados por una demanda boyante, igualmente ha de asumirse su eficacia en el caso contrario, una demanda insuficiente. Cuando se admite este criterio, el genio de la discrecionalidad sale de la botella. Para evitar esa peligrosa derivación la macroeconomía prekeynesiana asumió la regla del patrón oro y la del presupuesto equilibrado. Esas reglas son todavía válidas. El mayor servicio a la estabilidad macroeconómica consiste en crear un marco institucional capaz de reducir la incertidumbre en una economía que tiende a autorregularse. Este es el único camino para evitar las situaciones de inconsistencia temporal creadas por las políticas discrecionales. La superioridad de las reglas sobre la discrecionalidad es a la postre la distinción esencial entre los economistas keynesianos y los liberales.
Las críticas tradicionales a la política fiscal discrecional son de sobra conocidas: su tramitación es lenta, tarda tiempo en surtir efecto etc. Sin embargo existe una objeción más profunda. Por desgracia carecemos del conocimiento preciso del ciclo y del funcionamiento de la economía para tomar ese tipo de decisiones sin el riesgo de cometer errores graves y costosos. En la práctica, el activismo incorpora una visión benevolente del Estado conforme a la cual éste actuará para conseguir la estabilidad independientemente de si esto comporta un estímulo o una restricción. La asunción de esta hipótesis resulta poco realista. La combinación de una información incompleta por parte del gobierno sobre las variables relevantes con las restricciones políticas a las que aquel se enfrenta crea serios riesgos de que las acciones anticíclicas desestabilicen en lugar de estabilizar la economía. De ahí que la discrecionalidad sea una expresión clara de la fatal arrogancia hayekiana.
Desde esta óptica, la apuesta por un menor gasto público o por unos impuestos más bajos no radica en el impacto coyuntural de esas iniciativas, sino en la sólida convicción de que sus consecuencias a medio y largo plazo se traducen en mayor crecimiento económico, riqueza y bienestar para todos.