El remezón del escenario electoral chileno

Axel Kaiser comenta el panorama electoral chileno pocos meses antes de las elecciones y destaca el surgimiento de Manuel Enríquez-Ominami como evidencia de "hastío con la clase política tradicional".

Por Axel Kaiser

A sólo meses de la elección presidencial, el escenario electoral en Chile se ha visto sacudido por la arremetida de un candidato que, contra todas las predicciones, se ha convertido en un verdadero fenómeno político. Se trata del socialista Marco Enríquez-Ominami, hijo de Miguel Enríquez, quien fuera fundador del Movimiento Izquierdista Revolucionario (MIR), uno de los grupos terroristas chilenos más letales de las décadas del 60 y 70. En tan sólo un par de meses, Enríquez-Ominami ha logrado pasar de menos de un 2% de apoyo en las encuestas a un 14%, poniendo en serias dificultades la candidatura del abanderado oficialista liderada por el ex presidente Eduardo Frei. Pero Enríquez–Ominami no sólo ha dañado la candidatura de Frei, sino también la del candidato de la oposición, Sebastián Piñera, a quien ha conseguido arrebatar parcialmente la bandera del cambio. Tanto Piñera como Frei —y sus respectivos equipos— son políticos de larga data en el país y ninguno logra despertar real entusiasmo en un electorado que evidencia preocupantes síntomas de hastío con la clase política tradicional. Frente a ellos, la juventud —35 años— y estilo mediático del diputado Enríquez-Ominami, se presenta como una alternativa que sintoniza con la sed de cambio existente en el país.

El “fenómeno Enríquez-Ominami”, como lo ha bautizado la prensa chilena, resulta preocupante por varias razones. En primer lugar, es la primera vez en 20 años de democracia que un candidato logra captar una adhesión tan explosiva sin mostrar nada más que juventud y un discurso rupturista con la clase política tradicional. En efecto, detrás del carismático diputado no hay ni equipos programáticos, ni proyectos concretos, ni menos estructuras partidarias que lo apoyen. Aunque es miembro del Partido Socialista, Enríquez-Ominami optó por desafiar la decisión de la cúpula partidaria que ha entregado formalmente su apoyo al ex presidente Frei, presentándose como candidato por fuera del partido y de la coalición de gobierno.

Lo anterior da cuenta de un sistema político fatigado, que comienza a mostrar claros síntomas de descomposición producto de la negativa de las cúpulas partidarias a abrir espacios a nuevos liderazgos. A ello se agregan reiterados escándalos de corrupción y una fragmentación que afecta con especial virulencia a la coalición de gobierno. Baste tener presente que de los seis candidatos actualmente en competencia, cuatro son ex miembros emblemáticos que la han abandonado rompiendo relaciones con sus partidos de origen.

Un segundo motivo de preocupación tiene que ver con el hecho de que Enríquez-Ominami pertenece al ala más extrema de la izquierda concertacionista, la que con caras nuevas y un estilo no confrontacional, reivindica añejas ideas estatistas. El diputado, simpatizante de Hugo Chávez, fue uno de los precursores del llamado "Decálogo socialista para el futuro de Chile", manifiesto en el cual se pretenden refundar los ejes programáticos de la izquierda chilena. Entre otras cosas, el Decálogo propone nacionalizar toda la minería expulsando la inversión extranjera, intervenir el sistema privado de pensiones y de salud y desarrollar un plan redistributivo para acabar con los males del sistema económico “neoliberal”. Particularmente preocupante en el caso de Enríquez-Ominami resulta el hecho de que en los últimos tiempos haya moderado el discurso centrándose en la vacía idea de cambio, ocultando así sus ideas políticas de fondo.

Aunque es improbable que gane las próximas elecciones presidenciales, no es descartable que logre perfilarse para las siguientes como el nuevo líder de la centroizquierda chilena. En cualquier caso no sería sensato subestimar este “fenómeno político”, como se ha hecho tradicionalmente en América Latina cada vez que surge un germen de populismo. Bien podría ser éste el primer aviso para la clase política chilena en el sentido de abrir un sistema evidentemente oligarquizado y desprestigiado a la renovación de liderazgos.