La falacia de que el gobierno crea empleos

Daniel Mitchell cuestiona la capacidad del Estado de crear empleos y lo relaciona con la reciente propuesta por el Presidente-Electo Obama para crear empleos en EE.UU.

Por Daniel J. Mitchell

El Presidente-Electo Obama ha anunciado que quiere un gran paquete de “estímulo” para crear 2,5 millones de trabajos para el 2011. Muchos de los detalles no quedan claros, incluyendo cuánto más gasto público propone y cómo está midiendo la creación de trabajos. Los reportes de la prensa sugieren que la próxima administración está considerando un paquete de alrededor de $400.000-$500.000 millones a lo largo de los próximos dos años, pero el Washington Post reporta que los demócratas están hablando de hasta $700.000 millones durante ese mismo periodo.

No debería sorprender, por lo tanto, que el prospecto de todo este nuevo gasto (muy por encima de aumentos récord en el gasto público de los últimos ocho años) haya provocado una sensación de ansiedad entre los grupos de intereses especiales. Los constructores de viviendas, las empresas de automóviles, los constructores de carreteras, los gobiernos estatales y locales, el establishment educativo, el lobby por las estampillas para comida, el lobby verde, y las empresas de energía alternativa están entre los grupos que se están peleando por un lugar en el comedero público.

Sería fácil ignorar esta orgía de nuevo gasto como las ganancias de la guerra. Los demócratas ganaron las elecciones después de todo y ahora pretenden recompensar a los varios grupos de intereses especiales que los respaldaron. Pero eso no es una explicación completa. Algunos partidarios de este nuevo gasto parecen estar genuinamente convencidos de que el gobierno federal puede crear trabajos.

En parte, este es un debate acerca de la economía Keynesiana, la teoría de que la economía puede ser estimulada si el gobierno pide dinero prestado y luego se lo da a la gente para que lo gaste. Esto supuestamente “aplasta el acelerador” para que el dinero circula a través de la economía. La teoría Keynesiana suena bien y sería buena si tuviera sentido, pero tiene una falla lógica un tanto obvia. Ignora el hecho de que, en el mundo real, el gobierno no puede inyectar dinero a la economía sin antes retirarlo de ella. Más específicamente, la teoría solo observa la mitad de la ecuación –la parte en la cual el gobierno pone el dinero en el bolsillo derecho. Pero, ¿de dónde obtiene el gobierno ese dinero? Lo presta, lo cual significa que lo retira del bolsillo izquierdo. No hay un aumento en lo que los Keynesianos denominan como la demanda agregada. El Keynesianismo no aumenta el ingreso nacional. Simplemente lo redistribuye. El pastel es dividido de distinta manera, pero no ha crecido.

La evidencia del mundo real también demuestra que el Keynesianismo no funciona. Tanto Hoover como Roosevelt aumentaron dramáticamente el gasto y ninguno demostró aversión alguna a acumular grandes déficits, no obstante la economía estaba en terribles condiciones a lo largo la década de los treintas. Los esquemas de estímulos Keynesianos también fueron practicados por Geral Ford y George W. Bush y no tuvieron impacto alguno sobre la economía. El Keynesianismo también fracasó en Japón durante los noventas.

Para ser justos, la incapacidad del Keynesianismo de aumentar el crecimiento puede que no necesariamente signifique que el gasto público no crea trabajos. Además, el argumento de que el gobierno puede crear trabajos no depende de la economía Keynesiana. Los políticos de ambos partidos, por ejemplo, argumentaron a favor de leyes de transportación llenas de privilegios especiales a principios de esta década cuando la economía estaba disfrutando de un crecimiento sólido—y la creación de trabajos generalmente era su principal argumento.

Desafortunadamente, no importa cuán analizado sea el asunto, prácticamente no hay respaldo para la noción de que el gasto público crea trabajos, de hecho, el asunto más relevante es qué tanto un gobierno más grande destruye trabajos. Tanto la evidencia teórica como empírica argumentan en contra de la noción de que el gobierno aumenta la creación de trabajos. La teoría y la evidencia nos llevan a tres conclusiones inevitables:

La teoría de que la creación de trabajos estimulada por el gobierno ignora la pérdida de recursos disponibles al sector productivo de la economía. Frederic Bastiat, el gran economista francés (si, habían economistas franceses admirables, aunque todos vivieron en los 1800s), es muy conocido por muchas razones, incluyendo su explicación de lo “visible” y lo “invisible”. Si el gobierno decide construir un “Puente a ningún lado”, es muy fácil ver a los trabajadores que son empleados en ese proyecto. Esto es lo “visible”. Pero lo que es menos obvio es que los recursos para construir ese puente están siendo tomados del sector privado y por lo tanto ya no están disponibles para otros usos. Esto es lo “invisible”.

Los denominados paquetes de estímulo rinden poco. Aún si uno asume que el dinero fluye del cielo y no tenemos que preocuparnos de lo “invisible”, el gobierno nunca es una manera eficiente de lograr un objetivo. Basándonos en la cantidad de dinero que está siendo discutida y los supuestos de cuántos trabajos serán creados, el profesor de Harvard Greg Mankiw llenó los espacios en blanco y calculó que cada nuevo trabajo (asumiendo que de hecho se materializan) costará $280.000. Pero como el dinero no viene del cielo, este cálculo es solamente un costo parcial. En realidad, el costo de cada trabajo público debería reflejar cómo esos $280.000 hubieran sido gastados de manera más productiva en el sector privado.

Los trabajadores públicos son tremendamente compensados en exceso. Hay varias razones por las cuales cuesta tanto que el gobierno “cree” trabajos, incluyendo la inherente ineficiencia del sector público. Pero el factor dominante es la probabilidad de paquetes que remuneran excesivamente a los burócratas. De acuerdo a los datos del Bureau of Economic Analysis, el empleado promedio del gobierno federal ahora gana casi el doble que los trabajadores en el sector productivo de la economía.

A pesar de estos argumentos, es muy probable que los políticos en Washington pasen una ley llena de “estímulos”. Aunque puede que haya algunas personas ingenuas que creen que un gran aumento en el peso del gobierno de alguna manera es una receta para crear empleos, los políticos tienen un interés personal de moverse en esa dirección porque aumenta su poder y su influencia.
Ellos ganan y los contribuyentes pierden.