La estratagema de Bush con Corea del Norte

Por Ted Galen Carpenter

Durante su viaje al Este de Asia, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, suavizó notablemente su posición sobre la crisis nuclear de Corea del Norte. Previamente, Bush había recalcado que Washington no cedería al "chantaje" de Pyongyang. Se esperaba que Corea del Norte abandonara su búsqueda por construir armas nucleares sin esperar concesiones por parte de Estados Unidos. En particular, Washington rechazó en repetidas ocasiones las demandas de Pyongyang por un pacto de no agresión.

Ahora Bush indica que Estados Unidos podría estar dispuesto a darle a Corea del Norte "garantías de seguridad" si ésta desiste de su programa nuclear. El presidente norteamericano enfatiza, eso sí, que tales garantías no vendrían en la forma de un tratado que genere compromisos. En su lugar, Bush al parecer tiene en mente una declaración multilateral de Estados Unidos y los vecinos de Corea del Norte garantizando la seguridad de Pyongyang.

La actitud flexible de Bush resulta refrescante, pero tiene pocas probabilidades de hacer la diferencia en el largo plazo. Aunque el régimen de Kim Jong Il ha enfatizado el objetivo de un pacto de no agresión con Estados Unidos, es poco probable que dicho plan sea el único o incluso el principal objetivo de Corea del Norte. Los líderes norcoreanos son comunistas cínicos y calculadores. Ellos sin duda alguna saben que, a través de la historia, los pactos de no agresión rara vez valen el papel en que son escritos.

Es poco probable que los gobernantes norcoreanos pongan mucha fe aún en un tratado formal con Estados Unidos. Y es aún menos probable que tengan confianza en una promesa menos formal de seguridad multilateral. Después de todo, ¿qué haría Japón, Corea del Sur (o incluso los aliados normales de Pyongyang, Rusia y China) si Washington renegara de su promesa? Ciertamente no arriesgarían un choque militar con Estados Unidos por proteger a Corea del Norte.

Pyongyang ha visto cómo Washington ha tratado a otros adversarios no nucleares como Serbia e Irak. No sería sorprendente si los norcoreanos llegaran a la conclusión de que la única manera confiable de detener a Estados Unidos de cualquier pensamiento sobre un cambio de régimen forzoso es teniendo un disuasivo nuclear.

Además, aún en el poco probable caso de que el gobierno de Kim tenga intenciones serias de querer un pacto de no agresión, es muy difícil de que ese sea su único objetivo. Una y otra vez, Corea del Norte ha enfatizado que quiere relaciones políticas y económicas normales con Estados Unidos. Eso implica reconocer al gobierno de Pyongyang, intercambiar embajadores, establecer relaciones comerciales, y retirar las objeciones estadounidenses a préstamos a Corea del Norte del Banco Mundial y el Banco Asiático de Desarrollo. (De hecho, una de las razones oficiales de Pyongyang por reanudar su programa nuclear en violación con el acuerdo que había suscrito con Estados Unidos en 1994 era que Washington había fallado en honrar su compromiso bajo dicho acuerdo en normalizar completamente las relaciones.)

Todavía no hay signo alguno de que la administración Bush esté preparada para transformar radicalmente las relaciones estadounidenses-norcoreanas en ese sentido. Pero sin una iniciativa exhaustiva existen muy pocas oportunidades de que la crisis nuclear pueda ser resuelta a través de la diplomacia. De hecho, no existe certeza de que Pyongyang renunciará a su búsqueda de armas nucleares bajo ninguna circunstancia.

La iniciativa de Bush es un pequeño paso en la dirección correcta. Pero se queda muy corta. Lo mejor que podemos esperar es que ésta encienda negociaciones serias hacia una solución pacífica de esta crisis extraordinariamente peligrosa.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.