La hiperinflación más intensa (y no reportada) del mundo

Por Steve H. Hanke

Zimbabwe ha entrado al infierno de la hiperinflación. De hecho, en marzo sobrepasó cómodamente la brecha de 50% mensual para entrar en la categoría de hiperinflación. El reportaje de los problemas de Zimbabwe invariablemente incluye una referencia usual a la hiperinflación de la Alemania Weimar entre 1922-23, en la cual la tasa de inflación llegó a 32.400%.

Elegir esta referencia a la Alemania Weimar es un tanto peculiar. Después de todo, la tasa de hiperinflación mensual más alta fue registrada en Hungría en julio de 1946, y esta tuvo una magnitud 12 veces mayor que el mes en que la hiperinflación mensual de la Alemania Weirmar llegó a su tasa más alta. Como es el caso con gran parte de la información económica y financiera, el record húngaro simplemente se esfumó por aquel tubo que George Orwell llamó “un vació en la memoria”.

Esto me recuerda otra hiperinflación que fue mucho más virulenta que el muchas veces repetido episodio de la Alemania Weimar. Ocurrió en Yugoslavia durante los 1990s y ha pasado desapercibido por la conciencia pública —pero no por la mía. Como consejero del vicepresidente de Yugoslavia entre 1990 y junio de 1991, yo advertí que se venía una tormenta y registré sin sorprenderme los eventos que luego siguieron.

Y, ¿cuál es la historia? Entre 1971 y 1991, la tasa anualizada de inflación yugoslava fue de 76%. Solo Zaire y Brasil sobrepasaron ese terrible desempeño. Pero las cosas empeoraron —muchísimo. El 7 de enero de 1991, el gobierno federal del Primer Ministro Ante Markovic descubrió que, bajo el control del Slobodan Milosevic, el parlamento serbio había ordenado en secreto al Banco Nacional de Serbia (un banco regional) emitir $1.400 millones en crédito para los amigos de Milosevic.

Ese robo ilegal equivalió a más de la mitad de todo el dinero nuevo que el Banco Nacional de Yugoslavia había planeado crear en 1991. El robo saboteó los planes débiles que tenía el gobierno de Markovic para realizar reformas económicas y fortaleció la resolución de los líderes en Croacia y Eslovenia para separarse de la República Socialista Federal de Yugoslavia.

Sin poder robarle a los croatas y a los eslovenos, el Sr. Milosevic decidió vengarse con su propio pueblo. Comenzando en enero de 1992, lo que quedaba de Yugoslavia soportó la segunda hiperinflación más alta y duradera en la historia mundial.

En enero de 1994 llegó a su nivel más alto, cuando la tasa oficial de inflación mensual fue de 313 millones %--4 veces mayor que la hiperinflación de la Alemania Weimar, pero muy por debajo del record húngaro. La hiperinflación yugoslava duró 24 meses, solo dos meses menos que la hiperinflación soviética de principios de los 1920s.

Los resultados fueron devastadores. Mucho antes de que la OTAN ataque Yugoslavia en 1999, la locura monetaria del Sr. Milosevic ya había destruido la economía. Destruye una economía, luego comienza una guerra: Es una táctica para preservar el poder muy antigua.

Durante el periodo de hiperinflación de 24 meses, el ingreso per cápita cayó por más de un 50%. La persona promedio perdió sus ahorros en divisas.

Las personas no podían costear alimentos en el mercado libre, no se morían de hambre ya sea porque esperaban en largas líneas en las tiendas estatales para obtener raciones de baja calidad y provistas con irregularidad, o porque dependían de parientes que vivían en el campo.

Por largos periodos, todas las gasolineras de Belgrado estaban cerradas, con la excepción de una gasolinera que atendía a los extranjeros y al personal de las embajadas. Las personas gastaban una cantidad exorbitante de tiempo en los mercados negros de intercambio de moneda extranjera, en el que intercambiaban montones inmensos de dinares que valían casi nada por un solo marco alemán o dólar estadounidense.

En lo que se ha vuelto un refrán común para los aguerridos jefes de estado, el Sr. Milosevic dijo que los yugoslavos eran víctimas de influencias externas. Su explicación era que la hiperinflación y los sufrimientos que resultaron de ella fueron causados por los embargos impuestos por las Naciones Unidas en mayo de 1993 y abril de 1993.

En realidad, la máquina de dinero del Sr. Milosevic se había puesto a funcionar en exceso para financiar su máquina de guerra. Más de 80% del presupuesto yugoslavo fue destinado para fuerzas militares y policíacas y para diciembre de 1993 casi 95% de todos los gastos estatales eran financiados con dinares recién impresos.

Nada ilustra esta terrible historia mejor que las devastadoras devaluaciones que varias veces le quitaron valor al dinar. Como el cuadro demuestra, las devaluaciones yugoslavas sobrepasan cómodamente a aquellas que causaron un caos en Asia, Rusia y Brasil en el periodo entre 1997-99.

Entre el 1 de enero de 1991 y el 1 de abril de 1998, el dinar fue oficialmente devaluado 18 veces (tres de las cuales excedieron 99%), y 22 ceros fueron removidos de aquella unidad de valor.

Para comprender el impacto en la población local, imagínese que el valor de su cuenta de banco en dólares y luego mueva el punto decimal 22 posiciones hacia la izquierda. Ahora intente comprar algo.

La orgía monetaria de Yugoslavia finalmente terminó cuando se le acabó la capacidad a la acuñadora Topcider. La hiperinflación estaba transformando billetes de 500 miles de millones de dinares a monedas de poco valor antes de que la tinta se había secado.

Pero las travesuras monetarias de Milosevic no eran nada nuevo. Los antiguos reyes serbios eran tristemente célebres acuñadores de monedas falsas. Desde el siglo 14, el Rey Milutin acuñó monedas que imitaban a las monedas de plata venecianas en Novo Brdo y Prizren, ubicación que hoy es Kosovo. Estas monedas falsas contenían solo un octavo de la plata que contenían las verdaderas. Venecia prohibió las monedas falsas, y, en su “Comedia divina”, Dante denunció al “Rey de Rascia” como un falsificador.

Este artículo fue publicado originalmente en la edición de mayo de 2007 de Globe Asia.

Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.