Débil política de acero

por Daniel Griswold

Daniel T. Griswold es Director del Centro de Estudios de Política Comercial del Cato Institute.

La industria estadounidense del acero quiere que el gobierno la defienda, imponiendo aranceles y cuotas de importación. La campaña de prensa desplegada por esa industria asume que lo que a ella le conviene, también le conviene al país. Pero en este caso, la realidad es exactamente lo opuesto.

Por Daniel T. Griswold

La industria estadounidense del acero quiere que el gobierno la defienda, imponiendo aranceles y cuotas de importación. La campaña de prensa desplegada por esa industria asume que lo que a ella le conviene, también le conviene al país. Pero en este caso, la realidad es exactamente lo opuesto.

La caída de los precios del acero en Estados Unidos, debido al aumento de las importaciones, es claramente una mala noticia para esa industria, pero resulta ser una muy buena noticia para la gran mayoría. Por ejemplo, un carro contiene, en promedio, 700 dólares en acero. Una reducción del precio del acero significa precios más bajos para las familias y mayores ventas y empleo en la industria automotor.

Muchas otras industrias serán beneficiadas de la misma manera, como la industria de la construcción. Mantener los precios altos del acero a través de medidas proteccionistas tendría un efecto negativo en muchos sectores de la economía y le dificultaría a los grandes compradores de acero, como General Motors y Caterpillar, competir en el mercado internacional contra empresas de otros países con acceso a acero barato.

El aumento de las importaciones de acero libera a la mano de obra y al capital, siendo entonces mejor utilizados en otros sectores donde gozamos de una mayor ventaja comparativa. Y el dólar que exportamos para comprar acero regresa comprando trigo, químicos, maquinarias, programas de computación y servicios financieros, creando así más empleo en sectores de exportación en reemplazo de los puestos perdidos por la competencia extranjera en acero.

Los dólares repatriados también fomentan las inversiones y la construcción de nuevas fábricas que hacen más productivos a los trabajadores estadounidenses, reduciendo paralelamente los intereses a los compradores de autos, viviendas y a todos los demás prestatarios.

De tal manera que los empleos "protegidos" en la industria del acero servirían sólo para destruir el potencial de nuevos empleos en otros sectores de la economía.

La industria del acero no está a punto de cerrar sus puertas. Gracias en gran parte a la competencia extranjera, las siderúrgicas norteamericanas han tenido que mejorar su competitividad en los últimos años, por lo que la cantidad de horas/hombre requeridas para producir una tonelada de acero se ha reducido de 10,1 en 1982 a 3,9 hoy. Y algunas de las minisiderúrgicas más modernas pueden producir una tonelada de acero en menos de 2 horas/hombre.

Una más dura competencia extranjera implica que algunas siderúrgicas cerrarán, pero otras, las más eficientes, sobrevivirán y florecerán en un ambiente más competitivo.

Las siderúrgicas norteamericanas siguen dominando el mercado interno, produciendo la mayor parte de los 118 millones de toneladas de acero que se consume en Estados Unidos anualmente. Y a pesar del aumento en las importaciones, casi todas las grandes siderúrgicas continuaron operando con ganancias durante el tercer trimestre de este año. ¿Por qué, entonces, aplicar un impuesto a los consumidores para favorecer intereses especiales de una industria que sigue dominante?

Proteger el acero nacional iría en contra, también, de los intereses internacionales de Estados Unidos. La mejor política es fomentar el crecimiento y la estabilidad económica en el mundo y, en vez de dar dinero a través del FMI, manteniendo los mercados abiertos. No tiene ningún sentido financiar préstamos del FMI a Rusia y a Brasil, mientras que con la otra mano les negamos a sus industrias la oportunidad de vender su acero barato a empresas y consumidores en Estados Unidos.

El camino de la prosperidad no es a través de la protección de aquellos que más gritan en Washington sino promoviendo la competencia y precios más bajos, rechazando la imposición de aranceles y cuotas de importación.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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