El Salvador: Los ingresos reales y el salario mínimo

Manuel Hinds explica que los aumentos en el salario mínimo suelen derivar en aumentos en los precios, lo que, a su vez, resulta en una reducción del poder adquisitivo en términos reales.

Por Manuel Hinds

Las dramáticas disminuciones de los precios internacionales del petróleo desde su máximo de 147 dólares por barril en julio de este año, han recibido mucha atención por parte de los medios y de la ciudadanía en general. Los ciudadanos han estado viendo muy atentamente hasta qué punto y con qué velocidad las caídas en los precios internacionales se han ido traduciendo en caídas del precio local de la gasolina.

Esto es muy explicable porque el petróleo tiene una importancia enorme en el costo de la vida de la población, influyendo en prácticamente todas las actividades de la economía. Lo que no es muy explicable es por qué los medios y la ciudadanía no han seguido con igual atención las caídas de los precios internacionales de los otros productos primarios y en particular los de los alimentos. Los precios internacionales del arroz, el trigo, el maíz, el sorgo y el aceite de palma han experimentado caídas similares a las del petróleo. Pero nadie se ha preocupado de ver si estas disminuciones se han trasladado a los consumidores.

Esto es sumamente curioso, particularmente porque muchos políticos que dicen preocuparse por el poder adquisitivo de las masas —hasta el punto de proponer y aprobar aumentos en el salario mínimo— no mencionan este tema, que es fundamental en la determinación del poder adquisitivo. En términos de un aumento deseado del poder real adquisitivo del salario (lo que se puede comprar con el salario), es lo mismo un incremento de éste que una disminución de precios equivalente.

Uno de los problemas de forzar un aumento de los salarios, sin embargo, es que dichos aumentos tienden a resultar en aumentos de precios, con lo que el poder adquisitivo no aumenta en términos reales. Por otro lado, una disminución de precios no se ve acompañada por una disminución de sueldos porque no es legal hacerlo. Es decir, si lo que se quiere es aumentar el poder adquisitivo de los salarios, es más seguro que bajen los precios.

Esto por supuesto no quiere decir que el gobierno debe forzar bajas en los precios pero sí que debe velar porque, al igual que en la gasolina, si los precios de la comida bajan internacionalmente, la competencia trabaje domésticamente para que bajen aquí también. A octubre el arroz había bajado un 30 por ciento de su precio en julio; el trigo 32 por ciento; el maíz 37 por ciento; el sorgo 38 por ciento y el aceite de palma (representativo de todas las aceites) en un 43 por ciento. En noviembre todos estos precios siguieron bajando, igual que el petróleo. Por supuesto, los precios de muchos productos que se derivan de éstos también deberían de bajar.

Las magnitudes importantes de descenso en los precios serían importantes en cualquier circunstancia, pero lo son más aún en estos tiempos difíciles, con la economía constreñida por el miedo a los resultados de las elecciones y por la crisis mundial. Son terriblemente importantes para los presupuestos familiares y no hay justificación para que no bajen, porque cuando los precios internacionales estaban subiendo los precios en el mercado doméstico subieron al mismo tiempo. Si no bajaran a la velocidad con la que están bajando en los mercados internacionales, esto sería un síntoma de un problema de falta de competencia en el mercado.

Es en este problema al que deberían de enfocarse los políticos en vez de responder a todos los problemas con aumentos en el salario mínimo, que en vez de ser soluciones causan más y más graves problemas como el aumento del desempleo.

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 12 de diciembre de 2008.